En el contexto actual, donde impera el desorden y muchos se preguntan cómo y cuándo se acabará la depresión que existe en el mundo, el problema de las grandes oleadas migratorias desde diferentes puntos del orbe pareciera cobrar mayor importancia, sobre todo para los países receptores.

Este 20 de junio, Día Mundial del Refugiado, varios sitios digitales se hicieron eco de las declaraciones del secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, quien precisó: «Los desplazamientos forzados han alcanzado niveles sin precedentes, hay más de 65 millones de seres humanos desarraigados de sus hogares en todo el mundo».

No creo que debamos detenernos ahora en la búsqueda de las posibles causas que ya casi todos conocemos, sino más bien en encontrar soluciones a corto, mediano y largo plazo que ayuden a paliar tal situación.

Los gobiernos de Europa, el continente más afectado por el fenómeno migratorio, aún no han llegado a un consenso que alivie por completo la realidad que hoy persiste en esas naciones, pues —en mi opinión— el propuesto reparto de los refugiados sólo resultaría un aliciente para que otros miles se lancen al mar o crucen fronteras hasta llegar al llamado Viejo Continente.

Por otra parte, duele escuchar y ver que a millares de personas se les reparten como animales y, más penoso todavía, como perecen en un intento por vivir mejor y escapar del hambre, las guerras, las difíciles condiciones medioambientales que aquejan las regiones donde viven, provocadas por los efectos del cambio climático del cual los países que hoy los rechazan son grandes responsables.